Coyuntura de una izquierda radical y el potencial del centro hacia la derecha

En el último Informe de Estabilidad Financiera, el Banco Central de Chile mostraba el siguiente cuadro donde Chile tristemente lideraba un grupo amplio de países en la devaluación de su moneda, el alza de tasas de interés a diez años, la caída de su bolsa y el aumento en su riesgo país, todo en los últimos seis meses a octubre 2021.  

Se le podría resumir como la coyuntura de una izquierda radical, reflejada en su posición indolente o de abierto apoyo y justificación de la violencia; en su postura divisiva que busca la inestabilidad en orden a tomar el poder;  en su diversidad de programas económicos voluntaristas que ensalzan al estado y buscan reducir al individuo a ser una pieza más de éste; en el respeto a la institucionalidad y sus reglas sólo cuando le sirve a sus intereses; en la censura del pensamiento.  Un Chile minoritario que por medio del amedrentamiento y la violencia quiere imponer su ideología al resto. Los resultados están a la vista.

La contracara es que todavía Chile es fiscalmente sólido, con una deuda pública representativa del 35% del PIB y que bien podría sostener gastos por US$ 80 billones anuales en los próximos años sin deteriorar el balance fiscal.  

Desde el punto de vista externo, Chile tiene una posición también equilibrada: sus activos en el exterior, por US$ 455 billones, son casi iguales a los activos que extranjeros tienen en Chile (US$ 472 billones). Aún más, de la inversión acumulada en Chile por extranjeros, el 55% ha sido realizada vía capital y el saldo vía deuda.

Y si miramos los términos de intercambio y sus perspectivas para Chile, las que son extraordinarias por la solidez del cobre y el desplome gradual en los precios de la energía – más allá de la inmediatez de una logística global restringida e inventarios deficitarios de ésta -, el cuadro siguiente del Banco Central de Chile debería llamar la atención, que ya los muestra en su mejor nivel en los últimos 25 años. No es una situación de burbuja de precios en el comercio exterior favorable a Chile que dure un par de años, sino que es más bien estructural y quién sabe realmente por cuánto tiempo se extiende.

En otras palabras, Chile se encuentra en una posición expectante inmejorable, pero afectada por una minoría vociferante dispuesta a arriesgarlo todo en aras de sueños que una y otra vez han fracasado, pero que le dan poder.

El mundo crece al 6%, Chile ya recuperó el PIB pre-pandémico, la propia pandemia retrocede, el avance tecnológico se hizo visible y el acceso al capital se democratiza a paso rápido. Un proceso virtuoso por donde se le mire, pero que necesita que todos se sientan y estén en el mismo tren. Un mundo de oportunidades que no dependen tanto de dónde se viene, como pudo haber sido en el pasado, sino a dónde se va.

¿Y la percepción y realidad de abusos y mala distribución del ingreso? Es obvio que hay que afrontarlas, por la vía de mayor competencia y aplicación efectiva de las leyes, en el primer caso;  por la vía de transferencias directas, con un ingreso mínimo por hogar a partir del cual el estado cobra impuestos y bajo el cual complementa el esfuerzo de las personas, desde la cuna al cementerio, en el segundo caso. Aún más, no sería extraño que el famoso índice de Gini de distribución del ingreso mejorara en 10 puntos básicos, desde 0.46 a 0.36, al centrar el gasto social en transferencias decrecientes en el 70% de la población de menores ingresos y devolver a ella decisiones de uso de los recursos, sin la necesidad de aumentar la carga tributaria global.

¿Reforma del estado? Inevitable, cuando maneja presupuestos sobre US$ 100 billones este año y más de 680 programas de gasto, entre sociales y no sociales. Su naturaleza de “botín de guerra” siempre va a levantar una férrea defensa, pero ésta se vería debilitada cuando la “señora Juanita” comprendiese que es a ella a quien se la posterga por el malgasto de otros. Si la política social convergiese a “peso recaudado – peso transferido”, otro gallo cantaría, tanto a nivel del beneficiado, por su simpleza, como del contribuyente, que podría ver con sus propios ojos un mejor uso de los recursos.

Este país no ha crujido sólo por la locura de unos, sino también por no resolver correctamente problemas de competencia, crecimiento y distribución del ingreso a tiempo. La izquierda radical ciertamente no es la solución: hoy, son las posiciones constructivas del centro hacia la derecha las que permiten afrontar bien los desafíos actuales y aprovechar este potencial único e increíble que al país se le regaló. El crudo fracaso de los últimos ocho años es suficiente para ver un mejor camino.

Una visita al Valparaíso de hoy o una audiencia en la Convención Constitucional pueden servir para aquilatar la capacidad destructiva de representantes de esta izquierda radical. Una conversación con un carabinero cansado y denostado, pero fiel a su país y a todo quien le pide ayuda, devuelve el alma. Una fila para cobrar el IFE recuerda que hay necesidades que no se pueden soslayar.

Manuel Cruzat Valdés

8 de noviembre de 2021

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