Cifras que no calzan
La propuesta de presupuesto del gobierno para el año 2024 contempla gastos por US$ 85 billones e ingresos por US$ 79 billones, aproximadamente[1]. En términos reales, los ingresos y gastos crecerían 5.7% y 3.5% en relación al año 2023 en curso, respectivamente.
Pero para que esas estimaciones de ingresos se den, el país tiene que pronto retomar su crecimiento. Y ahí radica justamente el error de éstas, porque esto último no se va a dar, no porque el país no pueda, sino por dos razones básicas: la coalición gobernante, a pesar de ser una clara minoría política y ciudadana, transmite y hace prácticamente todo lo que no contribuye a éste – “usurpaciones pacíficas”, “una parte de mí quiere derrocar el capitalismo”, proyectos de aumento de impuestos y control de fondos de pensiones, permisologías extenuantes y un largo etcétera – y, por otro lado, contamos con un Banco Central que extremó su política antiinflacionaria y que ha corregido demasiado lento el rumbo hacia una posición monetariamente neutral – a pesar de ser conocidos los lags en torno a los nueve meses en la política monetaria -. Entonces, mientras no cambien ambos “insumos”, mal puede pedirse al país que retome su crecimiento esperado de 2.5% el próximo año según DIPRES y menos pensar en crecimientos ambiciosos de 5% anual ligados al verdadero potencial del país energético, cuprífero, alimenticio y hasta exitoso en el mundo del venture capital.
Quieren cuadrar un círculo.
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A modo ilustrativo, la tributación resto contribuyentes – el corazón de la recaudación, representativa del 78% del total de ingresos proyectados para 2024, que incluye IVA, impuesto a la renta e impuestos específicos y que no considera los ingresos fiscales por cobre y litio -, contempla un crecimiento de 9.5% real en 2024, en circunstancias que a agosto de 2023 el mismo ítem muestra todavía una caída acumulada de 18.6% real respecto de 2022 y no insinúa aún un claro cambio de tendencia en las comparaciones interanuales mes a mes. En otras palabras, DIPRES apuesta a un drástico cambio en la actual trayectoria de caída del país a ocurrir en un par de meses “sin cambiar los insumos” …
El estado actual del país es uno de franca recesión. Sorprende el silencio, pero los datos duros hablan por sí solos. En algunos indicadores el país ha vuelto a niveles de hace 10 años o más, como las ventas de autos o importaciones – en vivienda, las ventas de casas a nivel nacional están a niveles de hace 20 años -. Al ritmo actual, la recaudación del IVA – un buen indicador del estado agregado de la economía – va a superar levemente aquella de 2019 en términos reales. En algún momento las cifras dejarán de caer, pero no hay por qué ser pasivos frente a ellas sino anticiparse y corregir.
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¿Y el Banco Central? La liquidez real del sistema, extraída a ritmos demasiado altos, es hoy inferior a la tendencial prepandémica. En otras palabras, su política continuaría siendo demasiado contractiva a pesar de que el tema inflacionario está bajo razonable control, tanto por las condiciones recesivas internas como por la corrección a la baja ya habida en los precios externos. Un mandato formal de “velar por la estabilidad de la moneda y el normal funcionamiento de los pagos internos y externos”[1] no debería ser ciego al ajuste en la actividad y gasto que el país está experimentando, más allá de pasados excesos, algunos de los cuales no fueron de su responsabilidad.
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A lo anterior se debe agregar que la propia estructura de tasas de interés a mediano y largo plazo está siendo presionada al alza desde el exterior. En los hechos, las tasas reales a 10 y 30 años en Estados Unidos han subido 300 puntos básicos en los últimos 18 meses a niveles de 2.5% real anual, un ajuste fuerte en un muy breve plazo que ciertamente va a traer consecuencias de menor dinamismo en la economía mundial mientras se acomoda al nuevo escenario. Tomó décadas llegar a tasas reales de interés cercanas a cero; 18 meses han revertido dicho proceso, desconociendo realmente si se está frente a un movimiento de corto plazo o a uno más estructural a nivel mundial. Más allá de la razón de este cambio, parecería sensato que a un escenario más constreñido desde el exterior no se le debería agregar uno contractivo de índole doméstica que exagerase el impacto del primero.
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¿Qué nos dice la “emergencia laboral” destacada por David Bravo? Que el sistema no sólo enfrenta un desempleo de 670.000 personas, o 9% de la fuerza de trabajo, sino que la capacidad de absorber empleo respecto de la población se encuentra fuertemente afectada desde fines del año 2019: 450.000 personas cuyo capital humano el país no utiliza. Esto no es problema de la inteligencia artificial, sino tiene una razón bastante más pedestre: inflexibilidad laboral.
La misma inflexibilidad laboral que atenta contra no sólo la recuperación del empleo, sino contra el crecimiento del país, al corto y largo plazo. Un elemento más que no se va a corregir al corto plazo, así como tampoco el largo período de falta de clases durante la pandemia que afectó al capital humano en formación escolar y educación superior.
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En resumidas cuentas, las proyecciones fiscales de ingresos no se condicen con lo que ocurre realmente en el contexto recesivo del país y la esperada lentitud de un cambio de tendencia que todavía no se avizora. Se asume un escenario expansivo en ingresos que por el propio obrar de la coalición gobernante y la tímida corrección del Banco Central no va a ser posible que se dé. A iguales gastos del gobierno central, el déficit sencillamente será mayor al proyectado, así como la deuda asociada para financiarlo. Y este peor cuadro de financiamiento se da bajo un merecido y necesario escepticismo en cuanto al buen uso de los escasos recursos que siguen creciendo como si nada hubiese pasado en su administración. Inercias que asfixian.
El próximo año va a ser ciertamente peor que lo esperado por DIPRES, muy probablemente recesivo o de nulo crecimiento y, a su vez, los siguientes años proyectados al 2028 pecan de falta de ambición – no una vacía de contenido, sino efectivamente respaldada por políticas en pro del crecimiento y la competencia de los mercados – para un país que sólo convergería al 2.2 % de crecimiento anual, inferior al crecimiento del mundo.
La nueva constitución por aprobarse, con la oposición esperada de parte relevante de la actual coalición gobernante, si bien va a terminar siendo positiva para el país, también verá atenuados sus efectos económicos hasta que ésta realmente recapacite y acepte que el país rechaza de fondo sus propuestas refundacionales.
Son minoría, pero no lo quieren ver. Van contra el crecimiento del país, cuando su población clama por recuperarlo. Ciegos a plena luz, son irresponsables por la detención del país que han provocado. Lo único que falta es que ahora respalden a Hamas …
[1] Artículo 3⁰, Ley 18.840 del Banco Central de Chile
[1] Aproximados a $ 900 / US$